
El pasado 15 de mayo entramos a la temporada de huracanes en territorio nacional. Los primeros
dos, ambos en las costas del Pacífico, se dejaron sentir con mucha intensidad en esa región de la
república mexicana: Agatha, en el territorio del estado de Oaxaca y Blas, en las entidades de
Guerrero y Michoacán. Sin embargo, ambos eventos naturales irrumpieron con una devastadora
presencia, provocando pérdidas de vidas humanas, afectando carreteras y caminos rurales, escuelas,
hospitales, viviendas, centros de salud, todo ello tanto en áreas urbanas como rurales.
Recordar que intensidad de los huracanes se determina por la velocidad de los vientos que traen
aparejados, ahora bien, como consecuencia del cambio climático, la cantidad de lluvia que logran
atraer los hacen más peligrosos y destructivos por el volumen de lluvia que sueltan de manera
puntual. Esta intensidad creciente de los huracanes, amables lectores, es resultado de las actividades
humanas negativas y perjudiciales para la naturaleza y el medio ambiente, tales como la creciente
devastación de los hábitats naturales, el exterminio de especies vegetales y animales y la
contaminación atmosférica, entre otras perniciosas actividades de la humanidad en contra del planeta
que vivimos.
Las investigaciones de especialistas en la materia concluyen que cada año los huracanes conllevarán
mayor destrucción y, en este sentido, las autoridades de los tres niveles de gobierno, por lo menos,
deberían hacer un poco de caso a esa advertencia y entrar en alerta máxima en esta temporada en la
que ya se manifestaron los dos primeros fenómenos hidrometereológicos. Sin embargo, no es así y
tal parece que no se aprende nada en el transcurso de tantos años lidiando con huracanes.
El informe de los encargados de Protección Civil, tanto de Oaxaca como de Guerrero, fue muy
alarmante: En Oaxaca se reportaron 11 personas fallecidas y otras 22 desaparecidas como saldo del
paso de Agatha por esa entidad; asimismo, daños severos en carreteras y caminos por derrumbes de
puentes y ríos desbordados, cientos de localidades indígenas incomunicadas, principalmente de la
zona montañosa distantes de los centros urbanos. Cabe mencionar, amables lectores, como dato
curioso de Agatha, que las lluvias que este huracán dejó a su paso alcanzarían para llenar 3.2 veces
el Estadio Azteca, de acuerdo con cálculos de la Comisión Nacional del Agua (Conagua).
Por su parte, los reportes de Protección Civil del estado de Guerrero sobre los daños que causó el
huracán Blas, principalmente en el Puerto de Acapulco, indican que, afortunadamente no hubo
pérdidas de vidas humanas, pero sí materiales, como bardas colapsadas, postes de luz y anuncios
espectaculares derribados, casas habitacionales inundadas, cientos de árboles caídos, escuelas
dañadas, autos arrastrados por el agua y 45 toneladas de basura arrastrada hasta la bahía.
Ahora bien, sirvan estos dos ejemplos para darnos una idea, como indican los investigadores y
científicos, de la capacidad destructiva que traerán los próximos fenómenos naturales,
(específicamente huracanes) al país, en lo particular y al mundo, en lo general. Es momento de
entender y empezar a actuar en el sentido de reducir los daños que le estamos causando a nuestro
planeta en lo ambiental y climático. La ciencia no se equivoca en sus predicciones. Hay que aprender
de los años que llevamos lidiando con estos fenómenos que, como sabemos ya, su descomunal
fuerza creciente es producto del cambio que nosotros mismos estamos causando al ambiente. El
sistema climático se desestabiliza aceleradamente y si no prevenimos ahora, habrá que esperar el
colapso de cada uno de los sistemas de los cuales depende toda forma de vida.
Hasta la próxima.
Por: Alfredo Pérez Guzmán